Adjunto la nota publicada en Época el 27 de octubre.
Las Guerras de Artigas.
Artigas contra Ramírez. 1820.
El 1 de febrero de 1820, los santafesinos acaudillados por Estanislao López y los entrerrianos bajo el mando de Francisco Ramírez, en una corta pero decisiva batalla librada en la cañada de Cepeda, derrotan a los directoriales y, como dijo algún unitario, jubilosamente atan sus cabalgaduras en la Pirámide de Mayo, dando lugar al período que los historiadores porteños califican de “anarquía”.
En realidad, habiendo derribado al Directorio, los triunfadores dan un plazo de varios días a los derrotados, cumplido el cual avanzan sobre la ciudad y, como tantos otros, verdadero o falso, al frente de sus ejércitos anuncian que no los guian aspiraciones de conquista, sino la defensa de las instituciones y que sólo aguardan que el pueblo de Buenos Aires se gobierne libremente para evacuar el territorio provincial.
Así, renuncia el Director fallido, Rondeau, el Congreso de Tucumán – que ya había huído del Noroeste hasta Buenos Aires por los avances de los realistas – se disuelve y los diputados vuelven a escapar, esta vez hacia sus provincias. Recordemos que esta ingrata situación no la viven los correntinos, porque al estar involucrados en el proyecto revolucionario artiguista, la provincia no ha participado del Congreso de Tucumán.
Como sea, con la anuencia de López y Ramírez, resulta electo gobernador provisorio un conocido intrigante, Manuel de Sarratea, que logra cooptar a los dos antiguos tenientes de Artigas, firmándose en definitiva el Tratado del Pilar el 23 de ese mismo mes de febrero, un acuerdo favorable a ambas partes, porque desembaraza a los vencidos de sus vencedores, sin otro costo que la provisión de armamentos y el préstamo de la escuadrilla sutil porteña. Todo ello en un contexto a la postre ventajoso para Buenos Aires.
Coincidente con las simpatías y las tendencias pro lusitanas del patriciado portuario, el tratado pauta una actitud claramente defensiva frente al Brasil, en un momento en que la provincia Oriental, bajo el mando directo de Artigas, se debate en los estertores finales contra la enorme superioridad militar portuguesa.
Más clara todavía resulta hoy la falta de transparencia del arreglo, y sus segundas intenciones, si se recuerda que las cláusulas por las cuales López y Ramírez reciben auxilios y armas son secretas.
Por otra parte, el trato de poder a poder otorgado por Sarratea a López y Ramírez, los consagra en los hechos como libres e independientes de Artigas, bajo cuyo comando estuvieran hasta entonces.
En realidad, ¿Fueron López y Ramírez alguna vez “tenientes” de Artigas? Nosotros afirmamos que sí, pero que cuando se sintieron suficientemente poderosos y vieron derrotado a su antiguo jefe, voltearon la casaca en aras de sus ambiciones propias. No en vano, el Teniente Coronel oriental Enrique Patiño, en su obra titulada precisamente “Los Tenientes de Artigas (Montevideo, 1936), no los toma en cuenta como tales.
El hecho es que en el Tratado del Pilar, la habilidad de Sarratea los equipara con el gran Oriental, cosa que desde luego ambos convalidan gustosos, y que de allí en más evidencia para las políticas porteñas, el éxito del divide et impera. Como, para su mal, sentirá Ramírez en carne propia poco más de un año después, en el mortal epílogo de su republiqueta entrerriana.
¿Qué ha sucedido para hacer viable el Tratado del Pilar? Pues que entre la batalla y el acuerdo tuvo lugar un acontecimiento decisivo para el artiguismo, la catástrofe de Tacuarembó, el 29 de enero de 1820, que lo obliga a evacuar la Banda Oriental y entrar en el territorio de Corrientes. Allí, Artigas se establece en Ábalos, en proximidades de Mandisoví, cursando invitación para que se reúnan con él en Congreso, representantes de Corrientes, Misiones y la Banda Oriental.
En el interín Ramírez le envía en términos amigables copia del Tratado del Pilar, a sabiendas que la reacción de Artigas será negativa, como sucede a través de una violenta respuesta en la que lo trata de traidor, y a la cual a su vez contesta el entrerriano acusándolo de encabezar una fracción “horrorosa y atrevida” y de pretender que “por restituirle una provincia que ha perdido” resultaran expuestas las restantes.
El 22 de marzo, el Cabildo de Corrientes sesiona y, pese a la fractura interna entre artiguistas y anti artiguistas, en definitiva resuelve aceptar la invitación del Protector, principalmente porque éste conserva intactas sus fuerzas correntinas, su escuadrilla bajo el mando de Campbell aún domina el Paraná, y sobre todo porque temen al ambicioso Ramírez. El 24 de abril, se suscribe el Acta del Congreso de Ábalos, que básicamente consagra un acuerdo ofensivo defensivo entre los firmantes.
Así, empeñado a muerte contra los portugueses, traicionado por López y Ramírez confabulados con los porteños, por Fructuoso Rivera que se pasa a los lusobrasileños instigando por carta a Ramírez a asesinarlo, Artigas da sus últimos pasos como Protector de los Pueblos Libres.
El 8 de mayo, al frente de unos tres mil correntinos, le declara la guerra a Ramírez, maniobrando hacia Concepción del Uruguay.
El entrerriano, regresa de Buenos Aires a fines de ese mes, contramaniobrando con una división de caballería hacia Arroyo Grande, donde chocan ambas vanguardias, triunfando los artiguistas. Ramírez franquea el río Gualeguay y toma posiciones en Las Guachas, mientras las fracciones de Artigas se apoderan de Concepción y la saquean.
El 13 de junio, fecha en que Rivera escribe su última carta a Ramírez instigando al asesinato de Artigas, los contendientes se enfrentan en Las Guachas (Tala) y Ramírez debe retirarse a Paraná. Allí, se rehace con ayuda de Sarratea. Uno de los jefes de refuerzo que le envían es un comandante, Lucio Norberto Mansilla, que a futuro tallará fuerte en la historia entrerriana.
Ramírez aguarda el ataque de Artigas en una posición favorable en las afueras de Paraná, y el 24 de junio deshace a la caballería correntina. El oriental se retira con una prisa que más tiene de huída hacia Sauce de Luna. Ambos buscan reforzarse antes de reiniciar la lucha.
Allí, en proximidades de Sauce de Luna, Mansilla derrota primero al correntino López Chico el 17 de julio, después, el 22, al misionero Perú Cutí en Yuquerí, y
Unos días después, en Mandisoví a otro misionero, Matías Abucú. Artigas es obligado a franquear el Mocoretá perseguido por los entrerrianos.
El 25 de ese mes, Francisco Javier Siti, el comandante general de los misioneros, se pasa a los entrerrianos y firma un acuerdo con Ramírez.
A partir de allí, Artigas no conoce otra cosa que la derrota. Primero, en Mocoretá, cae vencido nuevamente López Chico. Después, el 27 de julio, en Las Tunas, el propio Artigas, es aplastado por los cañones de Mansilla al punto de fiar su salvación a las ancas del caballo de su primogénito, Manuel. Apenas un día después, otra grave derrota en Las Osamentas. Finalmente, el 29 de julio, en su propio vivac de Ábalos, lo asalta Ramírez secundado por quienes fueran hasta poco antes hombres suyos: Piris, Casco y Siti. Allí lo pierde todo, oficiales, artillería, armas, municiones, carretas, ganados. Le queda apenas un puñado de 12 soldados.
A los pocos días no obstante, su prestigio recluta unos 800 hombres, con los que, el 15 de agosto pone sitio a la Asunción del Cambaí, la capital misionera, defendida por Francisco Javier Siti.
A comienzos de septiembre, el comandante Gregorio Piris lo ataca por sorpresa y lo derrota una vez más. Sin posibilidad alguna de continuar la lucha, con los 150 hombres que le restan, perseguido de cerca por Piris y Sití, se dirige hacia la frontera del Paraguay.
El 5 de septiembre, por Candelaria, cruza rumbo a Itapúa (hoy Encarnación) desde donde envía una carta pidiendo refugio y su espada al dictador paraguayo Gaspar Rodriguez de Francia.
Es el exilio definitivo, las Guerras de Artigas han terminado. Comienza la leyenda.