La batalla de Ourique se desarrolló muy
probablemente en los campos de Ourique, en el actual Bajo Alentejo (sur
de Portugal) en el año 1139, de acuerdo con la tradición, el día
de Santiago, que la leyenda popular había hecho patrono de la lucha contra
los moros; uno de los nombres populares del santo, era precisamente Matamoros.
Fue trabada en
una de las incursiones que los cristianos hacían en tierra de moros para
incautar ganado, esclavos y otros despojos. En ella se hicieron frente las
tropas cristianas, comandadas por Alfonso Enríquez, y las musulmanas, en
número bastante mayor.
Inesperadamente,
un ejército musulmán les salió al encuentro y, a pesar de la inferioridad
numérica, los cristianos vencieron. La victoria cristiana fue tan grande que
Alfonso Enríquez se proclamó rey de Portugal (o fue aclamado por sus
tropas aún en el campo de batalla)1 y comenzó a usar la
intitulación Rex Portugallensis (rey de los Portucalenses o
rey de los Portugueses) a partir de 1140, haciendo de rey de facto, aunque
la confirmación del título de jura por la Santa Sede data solo de
mayo de 1179. El reconocimiento por parte de León había llegado en 1143 por
el Tratado de Zamora, gracias al deseo del rey Alfonso VII de
ser emperador (y, por tanto, de necesitar reyes como vasallos).
La idea de
milagro unido a esta batalla surge por primera vez en el siglo XIV, mucho
después de la batalla. Ourique sirve, a partir de ahí, de argumento político
para justificar la independencia del Reino de Portugal: la intervención
personal de Dios era la prueba de la existencia de un Portugal independiente
por bondad divina y, por lo tanto, eterna.
La leyenda
narra que aquel día, consagrado Santiago, el soberano portugués tuvo una visión
de Jesucristo y de los ángeles, garantizándole la victoria en
combate. Pero ese pormenor fue interpuesto más tarde en la narrativa, siendo
prácticamente calcado de la narrativa de la batalla del Puente Milvio,
oponiéndose en el 312 en el campo Majencio a Constantino
el Grande, según la cual Dios habría aparecido a este último diciendo IN
HOC SIGNO VINCES (en latín, «Con esta señal vencerás!»).
Este evento
histórico marcó de tal forma el imaginario portugués, que se encuentra
retratado en el escudo de Portugal: cinco escudetes (cada cual con
cinco bezantes), representando los cinco reyes moros vencidos en la
batalla.
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